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Asociación de Mayores del Barrio de la Estrella
            Asociación de Mayores delBarrio de la Estrella

El coleccionista de paraguas

 Nuestra querida socia, Aurora Lozano, nos ha enviado un relato lleno de humor y surrealismo en el que un Narrador cuenta la historia curiosa de su amigo Agapito que se ponía la gabardina del revés, coleccionaba paraguas, colocaba el peine en la bolsa del pan y …. hacía otras cosas inverosímiles.

 

 

 

En el centro del escenario, un paragüero con una gabardina y una bata de flores, sobre él, dos sombreros uno de hombre y otro de mujer adornado con pequeñas flores. También un taburete para sentarse. Un foco de luz ilumina directamente sobre todo ello, lo demás en penumbra. Aparece el narrador. Va directamente junto al perchero, coge la gabardina y se la pone del revés. Comienza a hablar.

 

NARRADOR

 

….Bueno, aquí estoy. Me llamo, (pausa) la verdad es que mi nombre no importa demasiado, sólo decirles que estoy preparado para contarles una historia curiosa. Tengo yo un amigo… ¡Mi amigo!, creo que se ha propuesto volvernos locos a todos los de la oficina y también a María, su mujer….El otro día cuando llegó al despacho, llevaba puesta la gabardina, así, como yo ahora, del revés….y cuando le pregunté me respondió, que solamente lo hacía para que quedase claro que su gabardina era demasiado liberal como para que nadie decidiese por ella cómo salir a la calle…. por lo visto, habían mantenido los dos una animada conversación en el metro, y la gabardina le decía que no estaba dispuesta a salir mientras las cosas no fuesen mejor (moviéndose y hablando con frases rápidas)

 

Que no me doy la vuelta

Que te he dicho que te la doy

Que mira que no te permito que me abroches

Que te he dicho que sí…

Que a ver si me lavas algún día

Que no te lavo…que para eso llueve

 

Y ahora cuando ha llegado a la oficina, le han llamado urgentemente del despacho del director general.

 

(Imitando al jefe), Mire Agapito, porque le necesitamos para la fusión fría en el cabezal del tren de alta velocidad, que si no….. ¡Haga usted el favor de traerme el paraguas que se llevó ayer de mi despacho, que desde que ha comenzado a llover, se ha llevado ya tres de mis mejores paraguas, pero éste no se lo consiento, que me lo regaló mi suegra y no sabe cómo es ella! El paraguas lleva un puño de plata y es de seda azul, así que haga usted el favor de traerlo enseguida….

 

PARAGUAS…. ¡PERO SI LOS COLECCIONA!

 

No tiene un solo compañero que no haya perdido uno entre las manos de Agapito…. Y el otro día… apareció en el trabajo con tres que no eran de nadie; por lo visto había estado tomando café en el bar de abajo, y allí había hecho la recolección. El pobre camarero tuvo que ir tras él, para después devolver a los clientes enfadados que habían cometido el error de estar sentados junto a él en la cafetería.

 

El lunes me habían invitado a comer con ellos en casa, ¡No lo haré más!... ¡Que no, que no…!

 

Aquella mujer intentaba mantener una conversación con nosotros, mientras Agapito narraba todo sobre la fusión, había postits pegados en todas partes… sobre el pan, en la jarra del agua, sobre los platos… y la pobre María intentaba hablar con él, que no hacía otra cosa que escribir sobre cantidad de papeles, cuadernos, el puño de la camisa… Ella con la sopera en una mano pretendía llenar los platos con aquella sopa humeante…Se volvió hacia mí y, en aquel mismo instante, su marido le pegó dos o tres papelitos en el trasero…Ella le miró despacio, muy despacio….y haciéndome un guiño, comenzó a explicarle el contenido de la sopera mientras yo miraba mi propio plato…. “Sí cariño. Recordarás esta receta de mi abuela, ya sabes la que todas las mujeres de la familia hemos heredado… lleva: sapos, ojos de rana, edredones nórdicos escabechados, un poquito de lodo de cloaca y algo de perejil picado….¿quieres un poquito?...”

 

“Sí, sí claro querida…me encanta la sopa”

 

¡Madre mía la que se armó!

 

Que si no me escuchas

Que no te interesa lo que te digo

Que si no me dejas tranquila

Que si los paraguas

Que si el peine en la bolsa del pan….

 

María cogió la sopera y se la vació literalmente sobre la cabeza….”Ahora coge un paraguas que ya ves cómo está lloviendo en casa”

 

Allí estaba yo, mirando el espectáculo de mi amigo y su mujer… pero a mí se me había quedado en la cabeza un detalle…”el peine en la bolsa del pan” Yo pregunté tímidamente, a lo que María me contestó acelerada, “¿qué es lo del peine en la bolsa del pan? Pues yo te lo diré: tu amigo tiene la costumbre de ponerlo allí para acordarse de que tiene que peinarse antes de ir a la oficina, justo cuando se prepara el bocadillo del almuerzo; dime si no es para volverse loca…¿Y las notas? ¿Qué me dices de las notas? Si me las deja en todas partes. El otro día había tres dentro del azucarero, otra en la tapa de la olla donde se estaba preparando el cocido, en el espejo del baño, y ahora ya lo has visto…. Aquí en mi culo, si es que no puedo más…”

 

Agapito se levanta, va con un libro entre las manos y se dirige hacia el frigorífico, lo abre deja el libro dentro mientras saca un enorme diccionario… Yo les miro sin dar crédito a lo que estaba viendo… María me mira, hace un guiño y le pregunta… ”Cariño ¿dónde has puesto el libro?” A lo que él señalando lánguidamente le dice muy despacio …  “ahí… ahí, dentro de la biblioteca… qué preguntas me haces….”

 

“!Claro! Agapito, claro, para que estén fresquitas las ideas …”De repente escucho a María hacerle una terrible confesión a su marido…. “Cariño, he de decirte que desde hace años mantengo una relación pasional con el vecino del tercero, y que esta mañana hemos decidido acabar con su mujer, la tengo en la bañera y está todo lleno de sangre. Necesito que me ayudes a limpiarla antes de que llegue la policía…¿me ayudas?” Yo creí que me había vuelto loco; la policía. Sangre por todas partes,… me levanto, tiro la silla y abro corriendo la puerta del baño, pero allí –menos mal- no había nada….

 

De pronto escucho que ella le está gritando “!Que no me escuchas! ¡Que me vas a volver loca!”

 

Agapito se levanta…va hacia el perchero se pone la gabardina, coge un paraguas que se cuelga en el sobaco, otro plegable lo mete en un bolsillo y un tercero en la mano… ”¿Vamos Marcial?” Y allí estaba yo, no entendiendo nada… le pregunto que para qué necesitaba los paraguas….me mira y me dice: “¿qué paraguas? Pero si hoy no va a llover, me parece que las locuras de mi mujer empiezan a ser contagiosas….” Y yo confuso del todo no sabiendo si estaba viendo lo que estaba viendo o si tal vez me había convertido en visionario ocasional, me frotaba los ojos, mientras María, me decía una y otra vez …. “Por favor vigila que no se lleve paraguas del metro, del café, de la oficina, de los compañeros, del jefe…dentro de poco, habrá más en casa que en la tienda…y lo peor de todo es que ni se entera de lo que hace…”

 

Yo intentaba calmarla cuando me doy cuenta que Agapito desde la puerta me hace indicaciones para que le siga…. por supuesto, llevaba puesto el sombrero…. uno pequeño y coqueto de flores y plumas azules… !de su mujer!... Sí, señores. Este es mi amigo Agapito, un coleccionista de paraguas … un sabio distraído que no se entera de nada… y, si me lo permiten, les contaré ahora la historia de este paraguas de flores amarillas (lo enseña) El otro día fueron a comprar al super…. allí una señora intentaba inflar una colchoneta de camping y le daba y daba aire con un artilugio mientras le caían gotas de sudor por la frente. Mi amigo, de pie sobre la colchoneta, miraba los ordenadores sin darse cuenta que su propio peso estaba impidiendo a la pobre señora dar por concluida la tarea. De improviso y, ante los gritos de los empleados, Agapito salta de aquella colchoneta a modo de alfombra mágica, que empieza a desinflarse de golpe, entre pedorretas…volando junto a las estanterías que iban quedando vacías de cacharros que, con gran estruendo, caían al suelo…. Los empleados corrían, intentando parar aquel monstruo volador y devastador que estaba arruinando todo el género, mientras la señora golpeaba a Agapito con el paraguas de flores en la cabeza…. Así es… nadie supo en qué momento cogió el paraguas de la señora, pero como ven…. aquí está (lo muestra).

 

Si…Sí…. Dirán ustedes que exagero pero…. ¿y su gabardina? Si es peor que él, ella del revés por llevarle la contraria, se enzarza en conversaciones eternas con los paraguas, algunas veces he llegado a creer que es ella y no Agapito quien los colecciona.

 

El otro día, la gabardina y el paraguas mantenían una animada conversación, sobre la llegada de la primavera, a lo que iban recorriendo el paisaje de manera verbal… sí… sí… ya sé, las flores, los árboles, los pájaros… ¡el amor!,... pero si es todo publicidad…. Mucho aquello de ¡OOOH… mira qué bonito!,... y… ¿y la alergia, quién menciona la alergia? Les digo yo que se reían hablando de ello, dicen que no hay nada como una buena tormenta… y además su marca de identidad es siempre un bonito arco iris… y eso es muy superior a cualquier otro anuncio publicitario.

 

Cada mañana salimos de casa, afeitados, con la cara lavada y recién peinados, y cuando volvemos….regresamos convertidos en esto (se mira, da una vuelta sobre sí mismo y mira de frente al público). La gabardina del revés, despeinado, mojado y con la barba comenzando a salir… Y todas las mañanas con ganas de afrontar la vida de manera desesperada, intentando tener fuerzas para abordar cualquier problema. Saltamos de la cama imaginando que en las noticias sólo nos van a informar de cosas agradables, y nos encontramos con lo de siempre…. muertos, guerras, hambre…. Estoy deseando que en algún momento seamos nosotros los que dirijamos nuestras vidas y no todos estos irresponsables sentados en sus sillones de poder, que en definitiva, han aprendido el arte de estropear la vida a todos los demás…. Creo que voy a hacer como la gabardina de Agapito, y me voy a dar la vuelta hasta que las cosas se arreglen….

 

(Mirando al público y dándose la vuelta después de hablar)

 

Cuando cambien las cosas me avisan….

 

(Hace mutis para regresar después. Marcial coge un nuevo paraguas lo abre y gira en el aire y lo coloca junto a los demás en el suelo del escenario… se sienta en el taburete alto que hay junto al perchero, toma entre las manos el pequeño sombrerito de flores y plumas azules y comienza a hablar sin mirar al público, después lentamente a medida que avance en el relato, irá levantando los ojos hasta alcanzar la clave visual con el público para involucrarle en una nueva anécdota)

 

Ya saben que Agapito, mi amigo… es todo lo que ustedes quieran que sea, menos una persona normal… Anoche, sin ir más lejos…, yo vivo en el edificio de enfrente de su casa, al otro lado de la plaza… y justo en el centro hay una pequeña fuente… el surtidor rebota en la superficie del agua, y a Agapito en las noches de calor le gusta sentarse en el borde de piedra contemplando las gotas saltar y mojar sus manos….Todo con su gabardina puesta ¡claro!... no importa el calor que pueda hacer. (Mirando al público) Hasta ahí todo normal, estarán pensando ustedes. (Volviéndose con cara enloquecida hacia el patio de butacas… gritando enfáticamente)….!PUES NO! Nada de normal…todo es anormalmente diferente en el despistado de mi amigo…. Anoche se escucharon gritos en la plaza, un coche de policía y gente que iba y venía alterada. Por lo visto habían robado en la joyería que hay un poco más arriba de la calle…. El joyero, no viendo a nadie más, tenía sujeto por el cuello al bueno de Agapito que, con un paraguas abierto en una mano, intentaba analizar lo que estaba pasando… Cuando bajé yo mismo a la plaza intentando ayudar al pobre, vi aparecer el coche de la policía y bajarse dos agentes….

 

En ese mismo momento, el joyero introducía por tercera o cuarta vez la cabeza de Agapito dentro del agua de la fuente…y le gritaba una y otra vez….

 

¿DÓNDE, DÓNDE ESTÁN LAS JOYAS?

 

Cuando logramos separar al joyero de Agapito, éste, con el paraguas en la mano…la cabeza empapada de agua…la gabardina como un sudario húmedo… se sentó ante todos y, con voz de no entender en absoluto…nos dijo:

 

“Miren será mejor que busquen otro buzo, porque yo no veo las joyas….”

 

En aquel momento y después de la tontería tan grande que acabábamos de escuchar…. nos dimos cuenta de que él estaba hablando completamente en serio…. Así en bloque todos los vecinos, comenzaron a reír, contagiándose unos a otros, hasta que todo el mundo se asomó a las ventanas, pidiendo una información más detallada de lo sucedido pues pretendían sumarse a la juerga… Y allí estaba Agapito, con el paraguas al hombro vuelto del revés y con las varillas al aire, sacudiéndose el agua de los zapatos al andar y dejando tras de sí unas enormes pisadas de un 45, sobre el asfaltado de la calle.

 

¿DE VERDAD SEÑORES, NO CREEN USTEDES QUE ES PARA MATARLE?

 

(Se levanta del taburete y se dirige al público)

 

Pero no. No debemos olvidar la ternura que mi amigo Agapito proporciona, aunque no lo parezca, a esas tres mujeres que, a pesar de tener que soportar sus despistes, reciben con gran sentido del humor sus desatinos. Él es así. Qué se le va a hacer. Estas hijas que han recibido una gran formación (la mayor Ingeniero de Caminos y la pequeña Secretaria Judicial) le quieren, respetan y comparten sus anhelos y expectativas. Más adelante les iré contando lo que me asombra de ellos y, aunque María sufre sus continuos despistes, el humor jamás desaparece de sus vidas.

 

(Vuelve al taburete y se acomoda para continuar relatando mientras se toca la cabeza como acordándose de algo)

 

¿Y qué me dicen de lo que ocurrió aquella mañana de domingo? Había comprado unos cuantos churros y porras y me dispuse a tomar el desayuno en casa de mi amigo. Como de costumbre, me encontré con una situación inesperada…. Su mujer estaba dentro de la cocina embadurnada de humos y fritangas. Iba metiendo dentro de una gran cesta botellas de vino, tarteras con tortilla y los consabidos filetes empanados con pimientos fritos.

 

“Marcial, tienes que ayudarme”, me dijo María. No se acuerda en dónde ha dejado las llaves del coche. No hago carrera de él. Un día de estos o me mata o le frío con los pimientos.

 

Entró Agapito pidiendo café mientras se comía los churros directamente de la bolsa de papel, de la que se deslizaba un hilo de aceite que, a modo de estampado psicodélico, le iba cayendo sobre la gabardina. Por los gritos de ella, él se miró las manos y, como lo más normal del mundo, las restregó una y otra vez sobre la sufrida indumentaria. Tuve que parar a su esposa, quien con la espumadera amenazaba desde la puerta a mi amigo, el cual, sin decir nada, se sentó sobre la banqueta justo al lado de la cocina en la que la sartén salpicaba unas cuantas gotas de aceite sobre él, mientras se comía las porras mojadas en azúcar. “¡Bueno! ¿así es que nos vamos a comer a El Escorial?” Agapito asentía, comía y comía. Por fin pudimos salir de la casa, tras encontrar las malditas llaves que aparecieron dentro del azucarero, ¿que cómo llegaron allí? Miren ustedes, ¡no tengo ni idea!

 

Al llegar al coche, dejamos la cesta y un par de paraguas dentro del maletero. Yo le pregunté: “Pero Agapito, ¿paraguas para qué? Si hace un sol magnífico…” “Mira Marcial, el paraguas siempre es necesario, pues puede servirnos para resguardarnos del sol.” Se puso al volante y yo me senté a su lado. Su mujer se colocó en la parte trasera, mientras se santiguaba y sacaba del bolso un rosario.

 

Era la primera vez que salíamos de casa juntos a estrenar el coche recién comprado. Metió la primera marcha y comenzamos a cruzar Madrid. Ya en la carretera de la Coruña y llegados a la cuesta de las Perdices, tuve que soportar la larga hilera de camiones tras la que él se había colocado. Metida la cuarta y con el pobre coche ahogado a 60 km. por hora, el poco habituado vehículo bufaba sin cesar entre estertores moribundos de un motor que, de nuevo, no podía más con aquella manera de conducir. Al llegar a El Escorial, se empeñó en dejar el coche justo frente al Monasterio; por lo que parado en mitad de la curva y con una fila enorme de coches esperando a que aparcase, comenzó a maniobrar hasta que consiguió meterse entre dos grandes señales, una azul en la que ponía “Al Monasterio”, y otra de “prohibido aparcar” a las que, por supuesto, Agapito no les hizo el menor caso.

 

Después de visitar el interior del monumento, en el que fue metiendo sistemáticamente los dedos en la boca de todas las estatuas, tocando las lápidas y todo aquello que llamara su atención, conseguimos salir sin que nos detuvieran por una conducta nada cívica hacia semejante cantidad de obras de arte. Yo estaba preocupado, pues de un momento a otro, me parecía que María iba a sacar unas enormes tijeras del bolso –en lugar de aquel rosario con el que había estado rezando todo el camino de ida-, y se las iba a clavar inmisericorde en lo alto de la coronilla al pobre y despistado Agapito. “Bueno, vamos a comer”, dijo de pronto, y se metió en el coche y nosotros tras él. Mete la primera, arranca, y… miren ustedes, el ruido era tal, que parecía que un avión con los motores a tope, había aterrizado sobre el techo del coche, toda la gente se había parado a nuestro alrededor, dando gritos para que paráramos. El a lo suyo, conduciendo despacio, con una interminable hilera de coches que pitaban, mientras sus conductores sacaban la cabeza y le gritaban ¡animal! Conseguí hacerle parar e inmediatamente cesó el ruido.

 

La gente rodeaba el coche y reía mientras señalaba hacia nosotros. Salí. Miré, y sobre el coche una gran placa azul con el letrero de “Al Monasterio” estaba enganchada al guardabarros del coche. ¿Y Agapito? Dirán ustedes…. Se bajó, miró, sacó la mano de su bolsillo, abrió el maletero, nos puso los paraguas en las manos y dijo encogiéndose de hombros “Me parece que va a llover, pues eso ha debido ser un gran trueno” ¡ESTE AGAPITO.....!

 

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