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Asociacion de Mayores del Barrio de la Estrella
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Asociación de Mayores del Barrio de la Estrella
            Asociación de Mayores delBarrio de la Estrella
Aurora Lozano, socia de AMBE

MOMENTOS

 

Éramos adolescentes; crecíamos todos juntos bajo el manto protector de la familia. Esos seres que sólo sabían mirar por un futuro esperanzador hacia cada uno de nosotros que, a modo de gorriones queríamos volar en libertad. Esa misma de la que carecían algunos cabeza de familia que se habían quedado anclados en un pasado de educación áspero y tortuoso.

 

En aquella época, eran muchos los que ansiaban ahorrar lo suficiente como para erigirse una pequeña vivienda en la montaña cercana a Madrid ... un pequeño trozo de tierra que con gran esfuerzo se transformaba en un sueño de árboles, flores y plantas que aportasen paz y tranquilidad; los fines de semana y veranos cálidos de amigos y compañías ... esas tertulias con juegos de cartas y bocadillos bajo las estrellas.

 

Nada les hacía más felices en su andadura como padres ... que derramar sobre nosotros la creatividad que producen los sueños, un modo de ver la vida innato en algunos seres humanos.

 

Los minutos, las horas y los días ... todo era poco en el deseo de ver crecer los árboles plantados...

 

Los senderos que circundaban la casa, eran desprovistos de hierbajos en un afán que los dejase limpios de hojas secas y guijarros, era otro modo de caminar ... Aun recuerdo las manos de mi padre apartando piedras, cortando ramas, desbrozando arbustos ... sus delicadas manos para la caricia de padre y fuertes al enfrentarse con la vida. Las horas iban y venían en aquel rastrillo sobre los senderos y caminos ... entre aligustres verdes como culos de botella, vivos y sanos con el olor de las manzanas tiernas. La belleza del entorno surgía impetuosa sin demasiado esfuerzo... casi sin proponérselo. Como si la naturaleza encontrase la fuerza necesaria para extenderse sobre las laderas alrededor de la casa, en el brocal del pozo. Agradecida a la mano del hombre: mi padre, que transitaba tranquilo en su afán de sueños conseguidos.

 

El sonido de los cacharros en la cocina mientras mi madre elaboraba la cena y aquellas rosquillas fritas bañadas de azúcar glass sobre la fuente en el centro de la mesa ...

 

Al final del verano, en las noches de septiembre, bajaba la temperatura y, en la chimenea del saloncito crepitaban los leños luchando en su desgaste de madera y ceniza contra el fuego. Muchas veces veía a mi padre encenderla. Se quedaba mirándola tranquilo mientras se caldeaba la habitación.

 

El curso escolar en aquellos años, comenzaba en octubre, por lo que todas las familias alargaban su estancia en aquellas casitas, refugio de felicidad. Reconozco que éramos seres privilegiados al poseer un entorno que otros no pudieron ni soñar.

 

Por las tardes, solíamos reunirnos en un pequeño grupo adolescente; con las meriendas nos perdíamos por los riscos, saltando sobre las piedras en una hilera perfecta de chicos y chicas unidos por la amistad que surge del pensamiento más puro y leal. El monte bajo estaba rodeado de grandes y viejas encinas incluso comíamos las bellotas maduras, mientras los chicos se las lanzaban compartiendo entre ellos. Puede que nuestro grupo no fuese muy amplio, pero en nuestros corazones, la montaña había amanecido temprana en nuestras almas.

 

El sonido de las chicharras con su canto monótono, las golondrinas inclinando el vuelo en la caída de la tarde ... El suave viento que adormecía las charlas y las risas que devastaban todos los caminos tristes de la vida con nuestra felicidad.

 

El saludo de las lechuzas, la caza de los conejos en la salida de sus madrigueras... la pedrada, el lazo ... y la vida misma. Recuerdo a Elvira, una mujer que dejaba a su familia en los veranos, para poder ganar algo que aportase a su precario hogar. Era ella la que nos enseñó a cazar aquellas piezas. También se encargaba de hacer aquella terrible tarea que nadie queríamos ni podíamos hacer; era conseguir que los conejos llegasen a la mesa. Éramos sobre todo cazadores de libertad.

 

La vida se carga de imágenes soñadas como verdaderos momentos de felicidad y nostalgia.

 

Aun recuerdo.....

 

Entre los momentos que recuerdo a mis catorce años, surgen espontáneos aquellos en los que, debido a la capacidad de amar que todos tenemos, comenzó la primera sensación que recuerdo muy nítida. A nuestra temprana edad, los chicos y chicas que formaban nuestro grupo comenzaron a encontrar esa fuerza de sentimientos que hacen de la vida algo maravilloso. Eran limpios y naturales de acuerdo con la época que vivíamos. Mientras otros tonteaban, mis manos se entrelazaban con las suyas. Jugando con nuestros dedos mágicos y nuestras miradas cómplices de ese momento. Él me regalaba su contacto suave y mi corazón de niña se aceleraba. Éramos el hazmerreír de los demás, lo que, a menudo, nos hacía separarlas. Estas vivencias tempranas las recuerdo como cualquier ser humano las conservaría en su memoria. Marcan el comienzo de sentimientos que luego se recuerdan en el fondo de tu memoria.

 

La pandilla se reunía en mi casa a menudo pues mis padres tenían un gran terreno para poder realizarlo. La unión entre todos era magnífica pues todos veníamos del mismo lugar.

 

En aquellos momentos tan llenos de buenos augurios, se vendieron terrenos a varios Asentadores que, sin duda, tenían un poder adquisitivo mayor que el de nuestros progenitores. Estas familias rezagadas y adineradas adolecían de eso que generalmente se infravalora; la cultura y la educación. Fue como si alguien irrumpiera en una habitación en donde se siente la paz que proporciona una música suave y relajante para tornarse gris y sin color. Aquella complicidad de nuestro grupo sufrió un gran deterioro y sufrimiento, lo que hizo que algunos amigos perdieran su autoestima por personas carentes de sensibilidad y respeto a todos.

 

Mi amigo Ricardo fue el más castigado, pues tuvo la mala suerte de enamorarse de la persona peor y vengativa que he visto en mi vida. Era mayor que nosotros y poseída de sí misma al ser la hermana mayor de una familia cuyo patriarca no estaba iluminado por la bondad de su corazón. Ricardo era de su misma edad. Los testigos que presenciamos estos hechos, éramos niños y nuestra intuición nos dijo que algo nefasto iba a ocurrir. Fue como si presintiéramos que una nube negra se estaba formando encima de nuestras cabezas. Como fue normal para los varones de aquel momento, éste comenzó una burla de aquella chica que había cruzado la frontera hacia una etapa más madura. No se hizo esperar la represalia que le infligió sin que nadie lo percibiera. En ninguno de nuestros corazones se albergaba tanto odio para reconocer y estar precavidos ante semejante persona.

 

Pasaron los días, las semanas y los meses sin advertir por nuestra parte lo que tramaba pues su actitud era la de una enamorada. Los dos se ausentaban del grupo para perderse por los campos en busca de la soledad que arrullaba sus paseos. A nadie nos extrañaba lo más mínimo pues se trataba de dos jóvenes enamorados aparentemente. El amor de él fue sincero, pero no así el de ella que, cuando le tuvo bien amarrado, le despreció de la forma más rastrera. Excuso deciros el daño moral que recibió Ricardo. Servimos todos de paño de lágrimas que, nuestro cariño hacia casi el fundador de la pandilla, llegaba fresco como el aire que allí se respiraba.

 

Pasado aquel nubarrón en nuestro mundo, admitimos al resto de los componentes de recién llegados para adormecer aquel evento nefasto y, dado que ella dejó de aparecer por aquel bonito escenario, seguimos disfrutando en lo posible las estancias estivales en nuestro reducto de felicidad.

 

Yo sentí que nuestro círculo ya no era el mismo, a pesar de ser una persona abierta a los demás. Esta intuición fue una realidad mucho más tarde. Tengo que confesar que, a pesar de mi corta edad, supe desde el principio lo que habíamos perdido al recibir más miembros en nuestro grupo, pero por aquello de mi educación asumida, jamás lo comenté a nadie: ni siquiera con alguna amiga común por mucha complicidad que hubiera. Hice lo más sencillo que fue esperar a comprobar resultados. La respuesta a mis pensamientos llegó como imaginé. No obstante, el hecho de la certidumbre en ello, rompió el hechizo existente en aquellos días.

 

La vida, por primera vez, te demuestra que lo imaginado por nefasto que sea, se hace realidad si tu intuición es buena. Desde muy niña yo tuve esas intuiciones que, más tarde en el tiempo, se desarrollarían poco a poco. Es muy curioso el comprobar que habiéndolas tenido, no hayan servido para alertarme de todo lo que ellas suponían. Muy al contrario y por el hecho de ser primordialmente humana, caí en todas como una presa fácil. Solo en mi subconsciente nunca fueron sorpresivas. Yo creo que el cerebro humano se niega a ver la realidad para defenderse de los ataques que uno recibe en la vida. La apariencia es algo que engaña a los necios que no ven la verdad, sino lo que ésta parece. No los culpo pues es difícil conocer a una persona y su interior a primera vista. Incluso es complicado hacerlo conviviendo con ella. Mis sentimientos siempre fueron iguales desde muy joven. Estaban ahí para cualquiera que hubiera querido conocerlos. Es una cuestión de sensibilidad e interés. Nada más.

 

Aquel grupo tan atractivo y diferente se tornó básico y vulgar a ciencia cierta. Algo que todos pretenden conseguir para aumentar su autoestima y no percatarse de nada que pueda alterar sus ideas. Desprecian lo inusual para aferrarse a su verdad. Esa verdad heredada de seres carentes de esa sensibilidad adquirida durante años. Esto se pudo percibir al entrar en sus dominios y permanecer unas horas. Eran familias afincadas en prejuicios y mezquindades que no hacían felices a nadie pues, tampoco, éramos bien recibidos.

 

Nuestros padres eran personas sencillas, abiertas al progreso. Mentes sanas sin atisbos de malicia, conocedoras del mundo al haber sufrido en sus carnes las heridas que una guerra civil deja. No hay que negar que cometían errores como cualquiera, pero como el destino traza sus líneas, uno de esos errores me salpicó de lleno. ¿Por qué yo? Éramos tantos.... A alguno le tenía que tocar y, como más tarde sufrí en mi vida, me convertí por primera vez en eso que llaman “chivo expiatorio”. Quizás alguno de nosotros debía serlo y me tocó a mí, curiosamente, cuando era la que más brazos tendió a varias personas del nuevo grupo. A lo peor fue por eso precisamente.

 

Ahora escribiendo estas líneas me percato de esas ansias de libertad que teníamos todos al principio.

 

Aurora Lozano

 

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